No sabemos lo que comemos, punto. Y tal parece que la industria alimenticia no quiere explicarlo (ni nosotros entenderlo). Aunque está obligada a revelar cómo y con qué elaboran sus productos, todos podremos coincidir en que lo hacen de una manera no tan clara.
La verdadera importancia de saber qué introducimos a nuestra boca y cuál es su origen, va mucho más allá de la gratificación de elegir un producto “supuestamente orgánico” en el supermercado. La razón por la que todos deberíamos saber leer las etiquetas de los alimentos radica en que, sin la suficiente información, no hay verdadera libertad de elección.
Además de tener la voluntad necesaria, es indispensable disponer de datos claros -y veraces- para poder mantener una dieta saludable. Necesitamos saber cuáles son las propiedades de los alimentos que consumimos. Si no contamos con esa información, “además de verse afectada tu salud, también lo resentirá tu cartera, dado que hay varios productos en el mercado que son mucho más caros por el simple hecho de achacarse propiedades ‘saludables’ y que no llegan a comprobarse“, asegura Fernanda Arriaga, ingeniera de alimentos egresada de la Universidad Iberoamericana. Pregúntate ¿cuántas veces haz comprado algo por el simple hecho de que es light sin fijarte en el precio?
La pregunta del millón: ¿cómo leer las etiquetas de los alimentos? “A grandes rasgos esto es lo que debe aparecer en la etiqueta de un producto alimenticio“, afirma Fernanda con la intención de orientarnos un poco:
Y a todo esto, no podríamos concluir esta nota sin antes mencionar al famosísimo aspartame. Se trata de un endulzante de bajas calorías. Se utiliza para endulzar muchos alimentos preparados, como bebidas y postres. Fue aprobado por la Administración de Alimentos y Fármacos (FDA) de los Estados Unidos en 1981 para su uso en forma de polvo y en endulzantes de mesa de bajas calorías y, al poco tiempo, en 1983, se lo aprobó para su uso en bebidas carbonatadas.
Desde su creación, ha sido controvertido pues se le ha acusado de causar cáncer, migrañas, cambios de comportamiento, daños cerebrales, epilepsia, infertilidad o daños en el hígado. Sin embargo, no se ha comprobar que el aspartamo produjera ninguna enfermedad o dolencia en personas sanas. No al menos por debajo de la cantidad máxima recomendada que está establecida en 50 miligramos por kilo y día.